Parece que el delicioso y dulce guamúchil está destinado a pasar desapercibido: no los venden en las fruterías de barrio, tampoco se hallan en los supermercados, ni siquiera existen huertos donde se cosechen, no hay investigaciones universitarias que se refieran a este fruto y los habitantes de las regiones donde se dan no están acostumbrados a hablar de ellos con las personas que llegan de fuera.
Así que para los que no vivimos en zonas donde no se dan los guamúchiles prácticamente tenemos dos formas de enterarnos de su existencia: la primera es vivir por un rato en alguno de los estados del país en donde nacen de forma silvestre para que, con el paso del tiempo, alguien nos invite a cortar uno de un árbol para comerlo, o bien encontrarlos, casi por casualidad, en el puesto de algún mercado de nuestro país, en donde se venden por puño o lata de atún.
Dónde se da el guamúchil
Yo los conocí durante una sofocante caminata por los campos de Villa Juárez, Sonora. Cuando el calor de marzo nos quemaba observamos a lo lejos un frondoso árbol que prometía una reconfortante sombra, al llegar vimos cómo una decena de niños y adultos lanzaban palos y piedras a la rama más alta del ejemplar para tirar una rojiza vaina enroscada que pendía de ellas. Una vez que la rosca cayó al piso mi curiosidad hizo que me fuera fácil preguntar cómo se llamaba aquel fruto y pedí que me dieran a probar de él.
Abrí la vaina, saqué de ella las esferas blancas, les quité la semilla negra que vienen dentro de cada una y empecé a comer; su sabor dulce y con un toque parecido a lo amargo me atrapó.
Desde entonces cada que visitaba algún estado de la República Mexicana con clima semidesértico o caluroso le preguntaba a los pobladores si acaso en su territorio se daban los guamúchiles, me dijeron que sí en Colima, Querétaro, Tamaulipas, Jalisco, Oaxaca, y por supuesto en Sinaloa, en donde incluso existe una ciudad que se llama Guamúchil. Y también muy cerca de la Ciudad de México: en Morelos.
En esa entidad la recolección de la vaina es algo que se toma muy en serio por adultos y niños, quienes pueden caminar horas por senderos agrestes y desolados de las planicies y los cerros para dar con los árboles más frondosos y con las roscas más rojizas, color característico de aquellas que son más dulces.
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