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DÍA MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE 2020: LA EFEMÉRIDE AMBIENTAL EN EL CONTEXTO DEL COVID-19

Actualizado: 5 jun 2020



El 5 de junio de cada año es uno de los días que nos sirve para, más que festejar, reflexionar sobre el estado de las cuestiones ambientales en el mundo, en México y en Aguascalientes. Este 2020 en particular, la efeméride cae en el contexto pandémico que ya conocemos, lo que le añade un especial enfoque que nos permite cuestionar nuestro papel como civilización y como especie. El reto, ahora más que nunca, es conmemorar y analizar, pero transitando a cambios efectivos y reales. 


Somos lo que compramos.


La contingencia sanitaria global ha evidenciado lo que la academia y el activismo ambiental han denunciado desde hace décadas: consumimos más de lo que necesitamos. El consumo excesivo significa una extracción innecesaria de recursos naturales, con el negativo impacto ambiental que conlleva. 


Annie Leonard y La Historia de las Cosas son un buen ejemplo de una crítica tan enérgica como fundamentada a un sistema económico que depreda ecosistemas y comunidades humanas y que no produce ni bienestar ni felicidad, sino justo lo contrario. Los postulados del Decrecimiento como movimiento internacional también se han verificado: los niveles frenéticos de producción-consumo combinados con la externalización de los costos provocan una gran injusticia ambiental global que se traduce en precios bajos para las economías privilegiadas, pero condiciones de pauperización para los sectores más vulnerables. Esta y otras crisis sanitarias son parte de los efectos nocivos de ese esquema.


Somos lo que comemos.


Otra de las reflexiones que se han detonado es la referente a la industria agroalimentaria global. La Fundación Franz Weber documentó, en una serie de publicaciones y entrevistas con especialistas, cómo los sistemas actuales de producción y distribución de alimentos han contribuido a generar esta y otras emergencias sanitarias. En la campaña “Por Comer Animales”, la FFW recupera la propuesta de una transición protéica alineada no sólo con las necesidades humanas (que muy a menudo no son las del mercado y la especulación), sino también con las necesidades del planeta y los parámetros éticos. 


Otras voces ambientalistas han tocado melodías en esa sintonía en el concierto internacional.  Greenpeace ha propuesto una producción agroecológica acorde con el derecho al medio ambiente sano y al trabajo digno del campesinado, no sin subrayar la huella nociva de la industria pecuaria. En el informe La carne que consume al planeta, Greenpeace evidenció cómo la producción de alimentos de origen animal afecta Áreas Naturales Protegidas (ANPs), genera deforestación, contamina el agua, afecta el ecoturismo, y violenta los derechos humanos de pueblos indígenas. Dicho documento confirma lo que viene exhibiendo Greenpeace desde hace más de una década.


Somos lo que defendemos.


En un mundo donde imperara el sentido común, una contingencia de estas magnitudes orientaría naturalmente a cambios radicales para resolver la problemática presente y prevenir reincidencias futuras. No es nuestro caso. Lejos de entender que la pandemia es producto de la inercia actual y que sólo ha agudizado las profundas fallas civilizatorias que ya se padecían (en lo social, lo económico, lo político, etc.), algunos grupos han querido aprovechar la coyuntura para promover medidas retrógradas al amparo del pánico económico. En el mundo y en México, hay amagos para seguir cobijando a los combustibles fósiles y retrasar la transición energética. Pero ha habido respuesta.


En un anuncio sin precedente, 42 instituciones religiosas de distintos credos de 14 países anunciaron una campaña de promoción de desinversión en combustibles fósiles.


El Movimiento Católico Mundial por el Clima, de la mano de dicha coalición interreligiosa, urge a los gobiernos de todo el mundo a optar por perspectivas de largo plazo que incorporen una recuperación justa y baja en emisiones de Gases de Efecto Invernadero. En el escenario nacional, el Centro Mexicano de Derecho Ambiental y Greenpeace México lograron suspender, de manera provisional, la aplicación del Acuerdo del CENACE y de la Política de SENER en materia de generación de energía eléctrica, que representaba una regresión en términos energéticos y ambientales.


Somos lo que promovemos.


No todas las batallas son de defensa ambiental. También es necesario una promoción congruente con las necesidades actuales, coherente con las indicaciones científicas y pertinente con una visión de largo alcance. Como ya se veía anticipando en un artículo anterior, es muy fácil caer en medidas efectistas, ineficientes, mediáticas y cortoplacistas.


A nivel local (pero con una insospechada resonancia internacional), Movimiento Ambiental ha tornado la imposibilidad de reunión física en la oportunidad de conexión con personas de otros estados de la República y de países de Centro y Sudamérica a través de las actividades, todas gratuitas, del Sexto Festival de las Aves de Aguascalientes y de la Semana Laudato Si’ 2020, cuyas fechas cayeron en plena contingencia.


Exitosamente logramos promover, entre conferencias, charlas, talleres y hasta serenatas, el mensaje de la conservación de la biodiversidad, de la protección ambiental y de la Ecología Integral, acompañado de consejos y estrategias prácticas para aterrizarlo a la vida cotidiana, sin olvidar la esfera de lo público.


Somos lo que comunicamos.


Aludiendo a una de las lecciones ambientales de la pandemia del Covid-19, es necesario y urgente acudir a la definición básica y original de la comunicación: hacer común. En la medida en que hagamos común y sintamos en común el llamado a cuidar, custodiar, proteger y procurar nuestra Casa Común, se proyectará Nuestro Futuro Común, uno por lo menos viable, que por lo menos sea un futuro. Mientras el clamor de la Tierra y de las personas pobres nos sea ajeno, mientras no haya empatía, mientras el sufrimiento no sea y no lo hagamos común, tampoco lo serán la esperanza y el optimismo. 


El regreso a la normalidad ya no es una opción. La “nueva normalidad”, sea cual sea, deberá resonar al ritmo que muchas personas, comunidades, organizaciones y redes hemos pedido, insistido y urgido desde hace lustros bajo el lema “Otro mundo es posible”. Otro mundo es posible, necesario y urgente. Un mundo donde quepan muchos mundos. Un mundo donde no tengamos que elegir “la opción menos peor” o “el mal menor” una vez tras otra. Un mundo ético, bioético, solidario, con seres interrelacionados y conexiones interdependientes. Ese mundo es posible; la contingencia nos ha abierto una ventana a través de la cual se alcanza a ver, a oler, a palpar. Ese mundo es nuestro. Sólo tenemos que construirlo. Pero tenemos que construirlo en común.


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