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Pedro Coronel, el zacatecano del color y lo abstracto


Nació en la ciudad de Zacatecas el 25 de marzo de 1921 y cursó estudios en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado "La Esmeralda", bajo la tutela de Juan Cruz, Francisco Zúñiga y Santos Balmori, entre otros. Posteriormente también se dedicó a la docencia. Entusiasta coleccionista de arte precolombino, primitivo, oriental, grecorromano y medieval, así como de arte gráfico, Coronel perteneció a la generación de artistas que vivieron la consumación del renacimiento mexicano con la pintura mural. Se trasladó a París, Francia, donde frecuentó los talleres del pintor Bremer y el escultor Brancusi, autores que lo influyeron de forma trascendental en su producción. Su obra está inspirada en los colores del arte prehispánico y primitivo y se ubica en un muy especial expresionismo, tratado con formas simplificadas. Su primera exposición individual la realizó en 1954, y años después exhibió su obra en Francia, Italia, Japón, Estados Unidos y Brasil. Es considerado un innovador del arte mexicano porque su obra manifiesta una violencia semejante al portento mítico del arte antiguo mexicano y muestra un mundo lleno de hostilidad y lucha, pero también de sensualidad y erotismo. Entre sus obras destacan "Toro mugiendo a la Luna", "Los hombres huecos", "El Sol es una flor", "Habitante de amaneceres", "Bodas solares", "Camino de soles" y "Poética lunar", en las que deja entrever la grandeza del universo comparado con la levedad y pequeñez del ser humano y su destino. Algunos autores han coincidido en dividir la carrera de Coronel en las siguientes etapas: naturalista, estructuralista, lírica, cromática y la recuperación de la pintura nativa.



En 1947 viaja a Europa y fija su residencia en París, donde conoció a Marcer Breuer y Constantin Brancusi, con quienes tuvo una gran amistad que le permitió impregnarse de las experiencias de otras corrientes y artistas. En 1959 ganó un premio en el Salón Nacional de Pintura, con su obra "La lucha", y un año después Durante la década de los años 60 regresó a México, cuya residencia alternó con una serie de viajes por Europa, Asia, Estados Unidos y Canadá, en la que logró la plenitud en su actividad artística. Participó junto con Mathías Goeritz, Rufino Tamayo y Pedro Fiedeberg, entre otras muchas obras, en la decoración del Hotel Camino Real de la Ciudad de México. Su vasta trayectoria artística se puede dividir en dos etapas: en la primera predomina el arte figurativo y se caracteriza por crear, mediante planos lisos yuxtapuestos, imágenes ideales, donde convergen la realidad y la fantasía. Mientras que en la segunda etapa, el pintor alcanza su madurez pictórica, pues encuentra su propio estilo, en el que se libera de la figura para pasar a la forma, construida por el color, luminosidad y brillo.

Su plástica tiene influencia prehispánica y se apoya en imágenes semi abstractas en las que deja entrever elementos del pasado mexicano, tal es el caso de la obra "El regreso de Quetzalcoátl". Sin embargo, en el ámbito de la escultura mantuvo su estilo formalista. Su obra se caracteriza por mantener como constantes los colores rojo y amarillo, los cuales reflejan melancolía, pasión y soledad; con frecuencia aborda temas que desnudan la intimidad del ser humano, mostrando sus miedos más profundos, como la angustia, dolor y muerte.

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