Santa Clara Huitziltepec, en la Mixteca poblana, es una localidad de músicos. La mayoría de sus habitantes son mariachis o intérpretes de banda y música popular mexicana. “Un porcentaje mínimo trabajamos la agricultura”, dice Christian Reyes Rojas, quien es uno de los representantes de la sociedad de producción rural Nochtli, que significa “fruta escamosa” en náhuatl.
Uno de los motivos por los que la gente prefiere alejarse del campo es la escasez de agua, que convierte el terreno en marginal para cultivos de maíz y frijoles. Sin embargo, existe un fruto, “el oro rosa”, que crece aun en las peores condiciones de sequía. Su nombre es pitahaya y se caracteriza por su apariencia exótica de color rosa, fucsia o amarillo.
La familia de Christian lleva cerca de 20 años dedicándose a la cosecha de la también llamada “fruta del dragón”. Antes de convertirse en una fuente de ingresos, la sembraban en sus traspatios y la utilizaba para consumo local.
Nuestro entrevistado vio en ella una oportunidad de construir un modelo de economía social para aumentar las fuentes de empleo de la comunidad y también para difundir la importancia y las condiciones del campo mexicano, incluso más allá de las fronteras y en otros continentes.
“La gente quiere salir (de la localidad) para trabajar en industrias, pero nosotros queremos compartir lo que hay aquí”, dice el productor. “La pitahaya es una fruta rentable y gourmet”, afirma, “me gustaría exportarla a países, como Japón y Alemania, donde se consume no solamente por su sabor, sino por sus propiedades, como fuente de vitaminas, antioxidante y antiinflamatorio”.
“La Benemérita Universidad Autónoma de Puebla nos apoya con la parte científica, con estudios sobre la regeneración de células cancerígenas”, asegura Christian. “Hay biólogos, químicos y agrónomos [trabajando en esto]”.
La venta ilegal
De camino a Santa Clara Huitziltepec pudimos encontrar puestos a la orilla de la carretera que ofrecen esta fruta hasta en $60 pesos el kilo. Un par de señoras que se cubrían del sol bajo una lona de color azul se aproximaron rápidamente a nuestro vehículo para realizar su labor de venta. Discutían sobre quién había llegado primero y cuál de las dos obtendría la ganancia. Al final decidimos comprarles a ambas. Más tarde Christian nos explicó que las frutas que se ofrecen en las vialidades muchas veces se obtienen de forma ilegal. “Nos roban la fruta. Como el sembradío está alejado de nuestras casas, es imposible vigilarlo todo el tiempo”.
Otra modalidad de “robo”, según los agricultores, se da en el trato con intermediarios, pues “compran la fruta muy barata y la venden cara”. En ocasiones ofrecen únicamente $5 pesos por kilo y los productores aceptan con tal de que la mercancía no se eche a perder.
Colores y sabores
El paisaje en la Mixteca poblana es semidesértico, con presencia de cactáceas y en el piso un camino de arúgula y otras hierbas. Los árboles de pitahaya se encuentran alineados, separados cuatro metros uno del otro para permitir su crecimiento. De estos cuelgan frutas que llegan a pesar hasta un kilo y medio y, conforme apuntaba Christian, son más dulces que las que se dan al sur del país. “Cada árbol produce 300 pitahayas aproximadamente y se pueden sembrar entre 800 y 900 árboles por hectárea”.
“Puebla es un estado rico en café, pimienta y miel, pero también en pitahayas”, fruta de la que podemos encontrar cuatro especies. La más famosa es la de pulpa blanca. También están la roja, la amarilla (proveniente de Argentina) y la solferina (de color fucsia); esta última se caracteriza por ser la más dulce.
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