Para Katrina Spade, la única certeza es la muerte. Por esto, decidió tener una visión más proactiva al proceso natural que sobrellevamos todos los seres vivos. Esta emprendedora estadounidense ha dedicado su trayectoria profesional a la industria de servicios fúnebres con un objetivo: hacer de los restos orgánicos composta humana.
La muerte no es un punto final
Su propuesta en el mercado es sencilla. Una vez que un ser querido —o uno mismo— pase a mejor vida, su cadáver podrá seguir nutriendo al medio ambiente. Spade plantea un cambio de paradigma con respecto a los ritos en torno a la muerte. En lugar de entenderla como un punto final, decidió reintegrar el cuerpo a los presos naturales de la Tierra.
Esta alternativa no sólo es ecológicamente responsable, sino que permite un entendimiento menos fatalístico de los entierros funerarios. Fundada en 2017 en Washington, Recompose es la empresa que Katrina Spade fundó con el propósito de hacer de los restos orgánicos de las personas composta humana.
Hoy en día, ya logró que el estado de Washington aprobara el proceso de descomposición sobre el suelo, ya que es una opción más sustentable al entierro y la cremación tradicionales. En este caso, en lugar de producir ataúdes en serie, el cuerpo puede convertirse en abono para la tierra.
Reducción orgánica natural
Este proceso de descomposición fue nombrado como “reducción orgánica natural”, en la que el cadáver se convierte en tierra. En total, el servicio puede llegar a costar 5 mil 500 USD. Para que los seres queridos no se vayan sin un recuerdo del fallecido, se les da un regalo conmemorativo de quien pasó a mejor vida.
La propuesta de Spade es un paso adelante en la construcción de tierras procesadas, y hace frente a la crisis climática. Su propuesta no sólo captura el carbono de la atmósfera, sino que abre paso a un espacio para la biodiversidad. Anualmente, sólo en Estados Unidos, el proceso de embalsamamiento deposita alrededor de 800 mil galones de tóxicos en el suelo.
Para lograr la composta humana, los cuerpos se colocan dentro de una mezcla de astillas de madera, alfalfa y paja para formar un capullo. En un periodo de un mes, los microbios de la mezcla se ponen a trabajar para descomponer el cuerpo. Eventualmente, los restos se convertirán en un suelo fértil y muy parecido al abono.
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