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Rufino Tamayo: el maestro mexicano de la forma y el color


El pintor mexicano Rufino Tamayo encantó al mundo con los universos llenos de color que creó en sus lienzos. A través de un estilo único que enlazó las vanguardias europeas con el folklore mexicano, Tamayo creó una obra expresiva y fascinante que se expuso en los museos más importantes del mundo y le valió convertirse en uno de los artistas más importantes del siglo XX no solo en México, sino a nivel mundial.


A su vez, Tamayo desafió los cánones del arte mexicano de sus contemporáneos, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, replanteando el papel político del arte y usando sus raíces zapotecas para desarrollar un nuevo lenguaje que trasciende géneros y corrientes. Preocupado por el aspecto social del arte, el legado de Tamayo fue más allá del lienzo, haciendo lo posible por acercar el arte a nuevas audiencias y crear oportunidades para artistas emergentes.


¿Quién fue Rufino Tamayo?


Rufino Tamayo, cuyo nombre completo era Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, nació el 25 de agosto de 1899 en la ciudad de Oaxaca, México. Sus padres, Florentina Tamayo y Jesús Arellanes, se separaron en 1904. Tras la muerte de su madre en 1911, el pequeño Rufino quedó a cargo de su tía Amalia, y la familia se mudó a la Ciudad de México.


La llegada de la familia Tamayo a la capital coincidió con el auge de la Revolución mexicana, y la lucha fue un punto de inflexión en el sentido de justicia social de Tamayo. El joven descubrió la pintura tras comprar un juego tarjetas postales y reproducirlas a mano. Así, Tamayo alternó su trabajo en el puesto de frutas de su familia en el histórico Mercado de la Merced—cuyos colores serían una clara influencia en su obra—con clases de arte en la Academia de San Carlos. Si bien su paso por la escuela estuvo lleno de elogios, su desacuerdo con los métodos académicos le hicieron abandonar la institución en 1920.


El inicio de una visión única


Tamayo encontró su primer empleo como dibujante para el Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía bajo el ala de José Vasconcelos, entonces secretario de Educación Pública. Esto lo acercó profundamente a las expresiones artísticas y artesanales mexicanas, convirtiéndose en un punto clave del complejo imaginario que daría forma a su obra.


Es en estos años que comienzan las diferencias entre el grupo de los muralistas mexicanos (Rivera, Siqueiros y Orozco), que empezaba a sentar sus bases. El pintor oaxaqueño disentía con la profunda ideología nacionalista y revolucionaría que los muralistas transmiten en sus obras, prefiriendo dedicarse a desarrollar un estilo singular que en vez de procurar la liberación de un grupo, se desprende del enfoque político para hacer “arte por el arte”, y cede los reflectores a los valores estéticos arraigados en su origen zapoteca.


Durante ese periodo, Tamayo sostuvo una profunda relación con la pintora María Izquierdo, quien influyó en su obra y protagonizó múltiples retratos. Sin embargo, en 1934, Tamayo concluye esa relación y se casa con la pianista Olga Flores Rivas, a quien conoció pintando su primer mural, El Canto y la Música (1933) en la Escuela Nacional de Música de la Ciudad de México.


Tamayo consagrado


En 1938, el pintor aceptó convertirse en profesor de pintura de la Dalton School of Art de Nueva York, ciudad en la que vivió por casi 20 años. Es ahí, en el centro neurálgico de las artes a nivel mundial, donde Tamayo define los elementos de su característico estilo, transfigurando objetos y afianzándose de los valores del arte prehispánico para valerse de un rigor estético enclavado en el rico imaginario cultivado a lo largo de su vida.


Posteriormente, Tamayo se mudó a París, y junto con los tres muralistas representó a México en varias bienales europeas de los años 50—no sin antes declinar su participación en las de Barcelona y Madrid para reafirmar su postura antifranquista. Tras recibir elogios por su singular visión, Tamayo dio inicio al apogeo de su producción artística y es catapultado a la fama mundial. En esa década pintó algunos de sus frescos más célebres, como Nacimiento de Nuestra Nacionalidad (1952) y México de Hoy (1953) en el Palacio de Bellas Artes; El hombre (1953), para el Dallas Museum of Art de Texas, Estados Unidos; Prometeo (1957) en la Universidad de Puerto Rico, y Prometeo entregando el fuego a los hombres (1958), mural al fresco encargado por la UNESCO para su sede en París.


Además de sus murales, Tamayo experimentó con una gran cantidad de técnicas y medios, pero fue por excelencia un pintor de caballete. A lo largo de su vida produjo 1,300 óleos, 452 piezas de gráfica, 358 dibujos, 21 murales, 20 esculturas y un vitral.


Legado


En 1974, abre sus puertas el Museo de Arte Prehispánico de México Rufino Tamayo, al que el pintor dona su colección de arte prehispánico; y en 1981, fue inaugurado el Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo, (hoy conocido como Museo Tamayo Arte Contemporáneo), cuya colección se compone de su colección personal de arte de creadores internacionales del siglo XX. En 1982 concretó un nuevo proyecto para promover la pintura mexicana: la primera Bienal de Pintura Rufino Tamayo.


Tamayo continuó trabajando hasta el final de su vida. En 1990 pintó su último cuadro, El muchacho del violón. Tamayo falleció el 24 de junio de 1991 en la Ciudad de México. Tenía 91 años.


Las piezas de Tamayo han sido expuestas en instituciones de talla mundial, como el Museo de Arte Moderno y Museo Guggenheim de Nueva York, el Museo Reina Sofía de Madrid, el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, el Museo de Arte Moderno de Tokio en Japón y el Museo Edvard Munch, de Oslo, Noruega.

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